Del espectáculo mediático del juicio a Uribe Vélez, una imagen persiste: el contraste entre la jueza y el acusado.

Ella, una mujer de origen popular, que ascendió en la jerarquía judicial; él, un símbolo perenne del poder y el privilegio. Este juicio no fue un simple proceso legal; fue la representación en vivo de un drama social. Un evento retransmitido a una nación con veintidós millones de personas en situación de pobreza y un coeficiente de Gini de 0.546, un indicador de desigualdad que se encuentra entre los más altos del mundo.

El filósofo Guy Debord, en su concepto de la Sociedad del Espectáculo, argumentaba que la vida moderna se ha transformado en una mera acumulación de imágenes. En este contexto, el juicio se presenta como la máxima expresión de esa lógica: la justicia como un producto consumible, un show para la audiencia, en el que se olvida la realidad material que subyace.

Así, la «cárcel» de Uribe Vélez, su hacienda, con su casa quinta y un séquito de abogados y guardaespaldas pagados por el Estado, se contrapone brutalmente a la realidad de los presos comunes. Mientras el exmandatario gestiona su situación legal desde la comodidad de su propiedad, los reclusos de las clases populares, sin recursos, languidecen en celdas superpobladas, insalubres y violentas, a la espera de un juez o un abogado de oficio que atienda sus causas.

El juicio, en su forma, es un recordatorio de que la cárcel, más allá de ser un espacio de castigo, es un reflejo de nuestra sociedad. Como reflexionó en su momento Michel Foucault, «la cárcel es el reflejo de las estructuras y relaciones de poder presentes en la sociedad, un espacio donde se manifiesta la lógica del poder y la hegemonía». De este modo, la disparidad en el trato a los presos, a los marginales y a los privilegiados, no es un error del sistema; es su representación más fiel.

Este espectáculo de la justicia, que nos mantiene cautivados frente a la pantalla, más allá de la cuestión de si es justo o injusto, nos ofrece una reflexión más profunda: la sociedad, en su conjunto, es brutalmente desigual.

Luis Felipe Narvaez G.
Docente USCO

Referencia bibliográfica

* Foucault, Michel. Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión. Siglo XXI Editores, 1975.

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